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Ahora que los aceites esenciales están más de moda que nunca es interesante recordar que siempre han formado parte de nuestra vida cotidiana a través de artículos de uso diario.

Este post lo dedicamos a la presencia de los aceites esenciales en la publicidad del siglo pasado. Si lo miramos desde la perspectiva actual puede resultar gracioso observar los argumentos que utilizaban los creativos publicitarios para prestigiar los productos con la presencia de los aceites esenciales.

En 1935 Brylcreem, «el fijador perfecto», anunciaba una gomina cuyo mensaje publicitario atribuía la caída del cabello a la utilización de «malos fijadores». Para solucionar este problema ofrecía un producto que mantenía el cabello «correctamente peinado» durante todo el día y que conseguía que el usuario tuviera una abundante mata de pelo, pues sustituía satisfactoriamente a «cosméticos y regeneradores» ya que «vitaliza el cabello». Y el secreto de este producto eran los «aceites esenciales si sustancias gomosas ni caústicas».
Así pues, vemos ya como las propiedades de los aceites esenciales eran trasladadas ya a un producto popular que no era de perfumería.

Este tipo de mensaje publicitario de carácter argumentativo (es decir, intentar demostrar las bondades de un producto cosmético a base de plantear un problema y ofrecer una solución argumentada en las cualidades de los componentes) se repetirá en la publicidad de productos cosméticos hasta la actualidad.

Profidén ya comunicaba en 1953 su «crema dental» (dentífrico se empezó a usar años más tarde) que además de tener muy «buen sabor» cumplía con su función de «higiene y profilaxis» porque incluía aceites esenciales que le daban a la pasta de dientes poderes» antisépticos, refrescantes y desodorantes». Destaca en ese anuncio que la primera parte, la creativa, una niña comunica las bondades del producto, y de ahí que el valor más destacable sea el sabor.
En la segunda parte del anuncio, la «seria», en letra mucho más pequeña y adulta se utiliza un lenguaje que intenta ser vagamente científico (utilizando expresiones como «secreciones digestivas bucales») para reforzar la credibilidad de los argumentos.

 

En 1955 Oatine prometía una piel similar a los pétalos de rosa gracias a los aceites «esenciales similares a los de la flor» que contenían sus cremas. 

En 1964 Bella Aurora  anunciaba que su crema antimanchas faciales (que se sigue vendiendo hoy en día), poseía aceites esenciales que proporcionarían una piel «tersa, lozana y bellísima sin pecas, manchas, puntos negros, impurezas, etc»
Es curiosa la historia de esta marca en España, donde lleva más de 100 años. Corría 1914  cuando el importador barcelonés Gili, que después se convirtió en propietario hasta el año 2000, introdujo en España desde Estados Unidos los productos de Bella Aurora, 24 años después de que la marca naciese en la ciudad estadounidense de Aurora, de la mano de la compañía Stillman & Co. Su nombre pues, no hacía referencia a ninguna beldad concreta, si no a la localidad en la que vio la luz.
Bella Aurora enseguida se hizo famosa por su imagen y por un estilo de publicidad muy innovador, muy al estilo americano, en un momento en el que no existía la televisión. Así, se anunciaba con páginas enteras en los periódicos y lo hacía con glamurosas y modernas mujeres, y hasta con fotos de barcos como el Titanic y con frases como «ha llegado el cargamento de Bella Aurora».

A lo largo del S.XX y actualmente  muchas marcas han incorporado las bondades y propiedades de los aceites esenciales a sus productos estrella, dejando muy claro que es más que una tendencia o una moda. Hoy, tratamientos y cremas con aceites esenciales están tan vigentes como hace más de 80 años.